miércoles, 1 de enero de 2014

El Camino

        Aquel homínido caminaba, su paso era cansino, constante. Inevitablemente imposible de detener, como si fuera posible observar físicamente, represetado en aquel homínido, a una fuerza mayor, una energía que se manifestaba corpóreamente en toda la fauna que habitaba en aquel globito de fuego, agua, madera y piedra que gira alrededor de aquella estrella blanca. Pero que lo tenía a él, ese caminante perenne, como su máxima expresión.
        Caminaba, cruzaba ríos, escalaba montañas, tropezaba, caía, sangraba. Día y noche. Descansaba, comía y caminaba...
        Y esa imagen fue contundente. Lo entendí todo. De eso se trataba.
        La interpretación física del tiempo; esa sensación que produce tratar de comprender que es el tiempo realmente, mas allá de esa forma que inventamos de medirlo. La manifestación metafísica de la vida; el progreso incesante, de la nada al todo. La representación universal de la existencia, un suspiro galáctico, un latido cuántico que contiene TODO, incluso su propio nacimiento, desarrollo y su misma desaparición en la NADA; para volver a comenzar otra vez.
       Me senté en aquella colina, por el destino de sus pasos en aquella arenilla y piedra, supuse que iba a pasar cerca mio para luego desaparecer hacia mi derecha lejos en aquel valle ciclotímico de geografía accidentada, y mas allá la muralla de piedra que supongo buscará pasar, porque llegaría a ella inevitablemente; como todo lo que contiene el tiempo en si mismo. Nadie ha podido detenerlo ni nadie podrá. Se podrá deformar su lineal concepción o percepción, pero cada momento del tiempo es inevitable.
      Me senté en aquella piedra, el apareció en el horizonte a mi izquierda, su paso era cansino, pero constante. Caminaba hacia mi, cruzando arroyos, trepando rocas, trastabillaba y se volvía a incorporar, para no detenerse nunca, siempre seguir. El planeta giraba y la luz de su estrella nos graficaba el pasar del tiempo. Nuestra mente así se entrenó a percivirlo. Ese homínido se acercaba. Mi silencio acobijaba mi espera. Pasó delante mio como si nada, apenas reparó en mi. Sentí la humilde posición que ocupábamos ante el tiempo en el fondo de mi pecho. Observé su espalda alejarse hasta perderlo de vista.
      El homínido siguió caminando, inevitablemente.
      Yo me levanté y me fui, comprendiéndolo Todo

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