Parado
ahí, en el umbral de su habitación, en silencio, sin que ella se diera cuenta
de mi presencia espía; yo, uno de los dueños de su creación, la observaba
jugar. Mi hija era hermosa como todo padre puede apreciar una hija, con sus 7
añitos lumínicos, inmaculados, puros. Era una bomba de alegría, un caramelo de
pura dulzura, su voz mágica y finita dibujaba burbujas y melodías en mi mente
con una paz tan grande que a veces me encantaba escucharla para refugiarme en
su canto de sirena.
Ella, ahí sentada en su mesita, jugaba y
hablaba sola; bueno, no tan sola. Hacía más de un año que había “aparecido” en
nuestra casa un amigo imaginario. Al principio me resulto divertido, chistoso… “cosa
de chicos”, como solemos justificar muchas cosas los adultos. Pero con el
correr del tiempo me fui cansando de él. Mas cuando observaba que a veces ella
lo usaba de “chivo expiatorio” para sus travesuras. O cuando ella lo consultaba
para que este ente imaginario le diera algún consejo. Y odiaba verla
agradecerle por dichos consejos (que todos sabemos que ella misma se daba)
cuando estos resultaban positivos en su experiencia de vida. Llegue a retarla,
a gritarle, a castigarla; pero nada cambiaba…
Y
me había entregado a la tristeza y la desidia de no poder cambiar ese habito
que ella había adquirido de la nada. ¿Tal
vez se lo copio a alguna compañerita del colegio? Siempre que la oía
hablándole sentía hasta vergüenza ajena, una vergüenza obscena y rabiosa. Como
si un volcán haya anidado en mi estomago y por cada palabra suya hacia “él”, mi
volcán interior escupía lava con sabor a bilis. Me sentía fracasado como padre.
Me había deslomado por darle todo lo que necesitara y más. Alentaba sus logros
y su propio crecimiento en la vida con gustos o premios. Trataba de darle pocos
caprichos injustificados para una niña de su edad, pero lo tenía TODO. Su
propia habitación amplia, juguetes por doquier, su propia computadora con su
conexión a internet correspondiente para los días de hoy, equipo de música. La
había inscripto en el mejor colegio de la zona. Tenía muchísimas amigas. Nos
tenía a nosotros. Pero cada vez que me encontraba con esta escena mi cabeza
pitaba como una olla a presión. Y me veía sumergido en un pantano de preguntas:
¿Por qué? O mejor dicho: ¿para que necesitaba un amigo imaginario con
todo lo que le dábamos, con todo lo que tenía? ¿Dios mío, en que he fallado? ¿Acaso
no le di todo lo que tengo, todo lo que sé, para que ella viva en plenitud?
¿Por qué lo necesitaba a Él? ¿Será, tal vez, que recurría a él como una
necesidad de compartir con alguien sus pequeñas vicisitudes? Podría hacerlo con
mamá o conmigo… ¿o era acaso que los miedos que surgían al crecer, física y conscientemente,
la acorralaban y la ahogaba? ¿Y ese ser de ninguna dimensión le proporcionaba
una catarsis acorde a una niña de su edad? ¿¡¡Por qué me hace esto, dios!!? ¿Se
siente sola tal vez? ¿Está loca quizás?
Y
me había dejado arrastrar por la depresión de la incomprensión a las costas del
llanto en silencio. En mi pecho, la voz del vacío succionaba mi alma hacia el
negro más allá. Como si mil de esas pequeñitas manos, como las de mi estrellita
princesa, me abrieran la piel del pecho, separasen mi esternón y me arrancasen
el corazón; latiendo sus últimos latidos involuntarios delante de mis ojos. Ay dios, diosito mío…
Como
si de una campana celestial se tratara, mi cabeza hizo “Dong”, y no lo dude un
instante. Cerré mis labios fuertemente, seque la comisura de mis ojos, respiré
profundo por la nariz; y entre en ese palacio mágico que era su habitación.
Estaba
sentadita en su mesa. Sobre ella había algunos dibujos que ella había hecho con
esas manitos suaves, finitas; como replicas miniatura de las manos más puras
que alguna vez hayan manipulado algo sobre la faz de la Tierra. Ella señalaba partes
de los dibujos y los comentaba con la “nada” que habitaba en la silla que se
encontraba a su derecha. Esa nada me fastidiaba, quería estrangularla y hacerla
desaparecer. ¿Acaso, diosito, eran simples celos míos por un ser que no
existe y que me roba la atención y la complicidad de mi amada hijita?... esa hipótesis la ponderaba una y otra
vez y siempre concluía que era imposible, y realmente lo era. Porque mi furia
no era germinada en las tierras de los celos, porque mi ira no brotaba de los
canteros del egoísmo. Ay dios, diosito mío… El sol,
mientras tanto, haciéndose el tonto, en silencio, se había colado por aquella
ventana redondita, y jugaba sobre el rostro de mi nena. En silencio, esa
sublime postal me ha dejado. En silencio, estupefacto, era hermosa, y el brillo
del sol sobre su piel encandilaba hasta el ciego más tuerto.
Cuando
logre escurrirme de esa epifanía, me sentí aturdido y perdido, casi ni
recordaba porque estaba sentado ahí, escuchándola hablarle a él sobre sus
dibujos; a ÉL… el volcán soltó su dosis de bilis que supe retener en mi
garganta.
-
¿estrellita,
mi amor, con quien hablas?
-
Ay
papi… ¿Cómo con quien? Con mi amigo, ¿o acaso no lo ves?
-
No
mi vida, no veo nada, porque no hay nada en esa silla que me estas señalando
-
¡¿nada?!
¿no ves que est...
-
¡No
hay nada ahí estrellita! ¡BASTA! Quiero que pares con todo esto, me hace mal
verte así…
-
Pero
papa, ¿“así” como? ¿Qué hice de malo?
-
No
es que hayas hecho algo malo bebe. Pero me da mucha pena que le dediques todo
tu tiempo, todos tus sueños, todos tus logros, todo todo todo a un ser que no
existe, que es producto de tu cabecita y solamente de ella es. Mira… ay
dios, diosito, pon en mi boca las palabras correctas para que ella pueda
comprenderme vos sabes que mama
y yo te amamos con locura, sos lo más lindo que nos paso en la vida y cada día
que pasa y te vemos crecer nos enamorás mas y mas. Pero desde que apareció ese
ser imaginario amigo tuyo, nos encontramos con que vos perdiste toda esa
voluntad propia que siempre tuviste. Todos tus logros en la escuela, en tu vida
diaria, en tu crecimiento parecieran, por como lo expresas, que son solo
responsabilidad de ese “amiguito” tuyo. Tus miedos, tus temores, tus dudas y
todo lo que te aqueja, tus vicisitudes personales, tus conductas no deseadas,
tus equivocaciones, quedan a merced de que ese amiguito pueda solucionarlo todo,
explicártelo todo. Tus deseos, anhelos, fantasías quedan supeditadas a la
voluntad y gracia de que este muchachito invisible se digne a realizarlas… no
es así mi amor, no debería ser así.
-
¿Por
qué? El me ayuda y me escucha y esta siempre conmigo a cada instante.
-
El
es solo producto de tu cabecita y estará donde tu cabecita quiera que este… ay
dios, diosito mío dame fuerzas para poder hacerla entrar en razón Lo
que pasa estrellita del cielo, es que vos estas vaciándote
-
¡¿vaciándome?!
-
Je
je je si bebe, dejame que te explique: imaginemos que vos sos un gran jarro
vacio, vacío desde q naciste. La vida pasa, vas creciendo y vas llenando esa
jarra con tus vivencias, experiencias, dudas, certezas, alegrías, tristezas,
éxitos y frustraciones. Ese “material” con el que te irás llenando van a forjar
tu personalidad y por consecuencia, tu voluntad de vida. Y será tan fuerte que
te hará un ser humano hecho y derecho, por así decir… Ahora, ¿qué pasa si todo
lo que vos vivís lo vivís a través de otro? ¿Qué pasa si todas tus experiencias
buenas y malas son gracia o culpa de otro, encima siendo ese “otro” un ser
imaginario al cual no podemos discutir ni confrontar? Tu jarra permanecerá vacía
mi amor, todo será gracia a ÉL. Vos vivirás a su merced, tu personalidad será
dependiente completamente del producto de tu propia imaginación, tu voluntad
personal será nula. Estarás vacía de alma. Y ese ser imaginario ira adquiriendo
una entidad y fuerza que pronto superará a la humana y será difícil escapar: se
alimentará de tus logros y experiencias, te someterá con tus deseos o anhelos,
te condenará por tus malas acciones y frustraciones… su voluntad será tan
fuerte que pronto vivirás en torno a sus caprichos. Y el caos será rey de tu
vida sumida al debatir de un ser que nació y que puede desaparecer, solo si tu
voluntad se fortalece y le pide a tu mente que lo haga. es hora de soltarle la
mano, es hora de crecer, es hora de vivir la vida únicamente por vos misma,
apoyándote en los seres queridos de carne y hueso que nunca serán más que vos
mi amor.
Sentí el aire entrando en mi pecho,
sentí sus ojitos mirándome con una atención que quemaba, sentí el alivio que se
siente cuando uno sabe que dio lo mejor de sí por una causa noble y común. Gracias
diosito mío por darme la claridad al hablar, por mi boca fluyeron tus palabras.
-
Así
que ya sabes bebe, diséñate tu propio camino, sin miedos, ni temores. Los
errores tiene que estar para poder corregirlos. Las caídas van a ayudarnos a
aprender a levantarnos las veces que haga falta. Nunca dudes en consultar a tu
mamá o papá en cualquier cosa que necesites saber o expresar. Y ¡viví!... la
vida es y será siempre tuya.
-
Está
bien papi…
-
Bebita
mía, mirá que no te estoy retando… no me hagas ese pucherito y dame un rico
abrazo. Que el papi se lo ha ganado. Gracias Diosito por esta nena tan
linda que me diste.
Mientras
nos abrazábamos solté ese agradecimiento a Dios en voz alta, por la euforia que
sentía a ver ese amor y respeto que me tenía esa nena en su mirada. Ella me
abrazo tan fuerte que fue como una gran recarga de energía vital, pero de golpe
sentí que ella soltaba el abrazo y su mirada buscaba mi mirada. La observé mirándome
fijo y me dijo:
-
¿Pa?
¿Quién es Dios?
-
¿Cómo
“quien es Dios”?. Dios es…
Y
fue como un viento huracanado dentro de mí ser. Un rayo en la soledad nocturna.
Una maraña de torbellinos divirtiéndose, un carrusel vertiginoso de fotos, una
puerta que se abre lentamente de una habitación nunca antes visitada y donde extraños
sonidos provienen de la misma… y me quede mudo, mirando esa silla vacía a la
derecha de mi princesa, que el sol tímido iluminaba desde esa ventanita. No
supe decir nada más.
El hombre se sintió frente al espejo de
su vida, la de todas las vidas. Como explicarle a su hija que era Dios, sin dejarlo expuesto como “nuestro” amigo invisible. Se sintió tan infantil como
ella.
Y así, de golpe, comenzó a ver a todos los que lo rodeaban. Vio a la
humanidad postrada ante Él en toda la historia del hombre. Vio a esos primeros homínidos
aterrorizados por esa nueva capacidad que iban desarrollando: la consciencia,
que en cada paso que daba pisaba un mar de dudas existenciales. Las primeras
entidades deidades eran simples “compañeros de vida” como el Sol, la Luna, las
Estrellas, el Fuego, el Mar, la Lluvia, etc. Pero hubo un momento en que el
hombre diseño un alter ego Omnipresente, Omnisciente, Omnipotente. Un amo y
señor de Todas las voluntades. Un apropiador de todas las buenas acciones, las
grandes ideas, y hasta de los pequeños gestos. Un ser humano fuera de control.
El hombre se sintió igual que aquel
primer hombre que, sin saber bien porque, necesitó crearlo, hablarle, pedirle… Sintió
esa vergüenza obscena y rabiosa, pero que ya no era ajena; era bien propia.
El hombre se quedo en silencio junto a
su hija. Recibiendo el baño de aquel sol que pronto fue dirigiendo su mirada
hacia ellos dos, que en silencio, habitaban ese cuarto.
TDL
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